google-site-verification=VWRkE-y5lQbzB7Nl0E-SONYxPRSofCgP7jBxYQZXbG8
top of page

LA MORAL Y DIGNIDAD HUMANA

  • Foto del escritor: Cristhian Jumbo
    Cristhian Jumbo
  • 12 dic 2018
  • 6 Min. de lectura

La moral no es simplemente un conjunto de reglas para guiar nuestra conducta. Es eso, pero también es mucho más que eso. Lamentablemente mucha gente cree que la moral es una serie de impedimentos arbitrarios al disfrute de la vida, una serie de “noes” que Dios se inventó para fastidiarnos.

Nada más lejos de la verdad. La vida moral, para decirlo de forma bien sencilla, es la vida del amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. Pero el amor no es algo sin forma, necesita un rostro bien definido. Los mandamientos y las virtudes configuran el rostro del amor, pues nos dicen que constituye un amor auténtico y qué no.


¿Y qué es el amor? El amor es sencillamente desear y hacer (en la medida de lo posible) el bien al prójimo y a uno mismo. ¿Y qué es el bien? El bien es aquello que llena las verdaderas necesidades y aspiraciones de la persona y le da plenitud. ¿Y qué es la persona humana? Nos damos cuenta, entonces, que la pregunta sobre la moral nos remite a la pregunta sobre la persona. No hay visión auténtica de la moral sin visión auténtica de la persona. La moral se funda en la persona humana, más concretamente, en su dignidad. En términos de la razón y de la dignidad de la persona, la moral es el modo de ser (en el sentido de las actitudes interiores) y vivir que respeta y promueve la dignidad de la persona humana.


En el ámbito de la fe, la dignidad de la persona humana es el fundamento inmediato de la moral, y Dios, el Creador de la persona humana, es el fundamento último de la moral. “Último” aquí no significa el final de una serie de cosas, sino, lo más importante, el fundamento de los fundamentos. La moral, en sentido cristiano, se define como el modo de ser y vivir que conduce a la persona humana a Dios, su último fin. Nuestra reflexión sobre la moral la llevaremos a cabo simultáneamente en dos planos que se complementan: el plano de la fe, y el plano de la razón y de la experiencia humana. Para el creyente, el plano de la fe incluye al de la razón y al de la experiencia humana. Para el no creyente, el reflexionar por medio de ambos le mostrará la correspondencia entre ellos.


En la actualidad persiste una visión reductiva de la persona humana. Se la reduce a su corporeidad (visión materialista), a un objeto de placer o consumo (visión hedonista), a una mera pieza social o laboral (visión sociologista o economicista), a un animal sofisticado (visión cientista o mecanicista) o, incluso, se va al otro extremo, exagerando su dimensión espiritual, hasta el punto de restarle importancia moral a su corporeidad (visión espiritualista o de “New Age”).


La persona humana es un ser corpóreo y espiritual al mismo tiempo. Es un cuerpo espiritualizado o un espíritu encarnado. El ser humano es una unidad sustancial (no accidental) de alma espiritual y cuerpo material, cuya alma posee una capacidad inherente para pensar y tomar decisiones libres. Hemos dicho “unidad sustancial (no accidental)”, porque de la unión entre el alma y el cuerpo resulta un solo ser: el ser humano, la persona humana. El cuerpo es parte intrínseca de la persona y no un mero accidente suyo; no es una vestimenta que me pongo y luego me quito. Yo no tengo un cuerpo, yo soy mi cuerpo. Sin el cuerpo, no tenemos persona humana, sino sólo un alma humana; sin el alma sólo tenemos un cadáver. Los cristianos creemos en la resurrección del cuerpo, tan importante lo consideramos. El alma humana reclama el cuerpo que le corresponde y el cuerpo está ordenado a su alma. Esta verdad tiene, como veremos, implicaciones importantísimas de índole moral.


Hemos dicho “capacidad inherente para pensar y tomar decisiones libres”, porque a veces esa capacidad no está funcionando (no está en acto), sin embargo la misma es intrínseca al ser humano (está en potencia). Es decir, no se puede negar que el ser que la posee sea un ser humano, una persona por el hecho de que su racionalidad y libertad estén solamente en potencia y no en acto. Por ejemplo, un niño no nacido o muy pequeño todavía no es capaz de poner en función esa capacidad, sin embargo, no por ello deja de ser un miembro de la especie humana. Lo mismo se debe decir de una persona incapacitada mentalmente, ya sea por enfermedad o por edad, o incluso una persona mentalmente capaz cuando está durmiendo. Esas personas siguen siendo seres humanos, porque pertenecen a la especie humana al poseer los mismos cromosomas, etc., que distinguen claramente a los seres humanos del resto de las especies de seres vivos. Es importante darse cuenta de que por ser persona el ser humano es capaz de pensar y tomar decisiones libres y no al revés. En otras palabras, no se es persona porque se tenga la capacidad de razonar y ejercer la libertad, sino porque ya se es persona es que se tiene esa capacidad. Por último, no existe otra modalidad de existencia para el ser humano que no sea la de ser persona. Es totalmente absurdo afirmar que hay seres humanos o miembros de la especie humana que no son personas.


La existencia del alma humana inmortal se demuestra racionalmente por la capacidad del intelecto humano de concebir ideas universales que rebasan las limitaciones del tiempo y del espacio. Las ideas del amor perfecto, la justicia perfecta, los mismos conceptos geométricos del círculo, la línea y el punto, por ejemplo, no existen en el mundo material. Sin embargo, el ser humano es capaz de concebir estos conceptos. Ello es sólo explicable por el hecho de que existe una entidad espiritual que, actuando por medio de nuestro cerebro, produce estas ideas. Es imposible que algo puramente material produzca conceptos inmateriales. Ahora bien, siendo el alma una sustancia espiritual, no está sujeta al deterioro a través del tiempo, como ocurre con las cosas materiales, ni tampoco, al menos no de forma absoluta, a las limitaciones de los demás cuerpos materiales. Por consiguiente, nuestra alma caracteriza por ser espiritual, inmortal, capaz de razonar y libre.


Hoy en día se habla mucho de la importancia de tener una visión “holística” (= completa) de la persona humana, sobre todo en el campo de la salud. Ello se refiere a que la medicina, la psicología, etc., deben tratar a los pacientes en su totalidad: la parte corporal, la parte psicológica y la parte espiritual. De manera que el siguiente ejemplo que daremos para ilustrar nuestra demostración no debe resultar difícil de entender y apreciar por parte de la sociedad actual. Pensemos en un violinista profesional que está ejecutando una difícil pieza musical. Para que esa actividad tenga éxito, el cerebro, las emociones, las manos y los dedos de ese músico tienen que estar plenamente sincronizados. Las órdenes que el cerebro les da a los dedos, por ejemplo, tienen que ser emitidas y obedecidas de forma casi instantánea.


Toda esa unidad de operación (es decir, de esa actividad) indica que en el origen de la misma hay una unidad entre las distintas dimensiones de la persona: el cerebro, el sistema nervioso, la sensibilidad, el cuerpo, etc. No tendría sentido suponer lo contrario. Por consiguiente, podemos concluir que de la unidad de operación se puede deducir que hay una unidad en el ser de la persona humana: la unidad cuerpo-alma.


La dignidad ontológica de la persona humana es su valor intrínseco y absoluto. “Intrínseco” significa que la persona humana posee este valor por el mero hecho de ser persona, es decir, en su propio ser (es lo que quiere decir ontológica) y no por cualquier otro aspecto: la raza, la religión o falta de ella, el partido político al que pertenece, la edad, si ha nacido o no todavía, la salud o falta de ella, cuánto dinero tiene en el banco o si no tiene nada, etc...


“Absoluta” significa que la dignidad ontológica es inconmensurable. No se puede cuantificar con unidades de medida. Sería ridículo decir que tales personas valen más que otras, porque tienen tantas unidades más de dignidad que estas otras. La dignidad ontológica nunca se pierde, es infinita. La dignidad ontológica no debe ser confundida con la dignidad moral. La dignidad moral es otra cosa, ésa sí tiene que ser adquirida a base del ejercicio de las virtudes. No es lo mismo la dignidad moral de la Madre Teresa (que tenía de sobra) que la de Adolfo Hitler (que no tenía

Ninguna)


Pues bien, este dinamismo interior de autodefensa del “yo”, que busca ser tratado como sujeto y no como objeto, apunta hacia la existencia de nuestra dignidad o valor como persona e incluso, de la dignidad de las demás personas. De otro modo sería imposible explicar cuál es la base que hace surgir ese dinamismo interior.


Es por ello que no sólo nos enojamos cuando nos utilizan como cosas, sino que también nos escandalizamos ante la explotación de los débiles o de los obreros en manos de los poderosos, o de las mujeres o de los niños por medio de la pornografía, etc... La persona desea, desde lo más profundo de su ser, ser tratada como persona, como un fin en sí misma, es decir, como un bien en sí misma, como un valor intrínseco y absoluto, como un ser que posee una dignidad ontológica y debe ser respetado en cualquiera de sus etapas de vida.


Somos sujetos portadores de dignidad...

Dignidad humana
Dignidad humana

Comentários


© 2018 por Cristhian Jumbo. Proudly created with WIX.COM
bottom of page